DISCURSO DE INCORPORACIÓN ZALENA SALAZAR

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA MARGARITEÑA. ENTRE LAS PERLAS DE COLÓN Y EL DESEMBARCO DE BOLÍVAR, TRANSCURRE LA HISTORIA DE LA REGIÓN


Discurso de incorporación de Zalena Salazar a la Academia de la Historia del Estado Nueva Esparta, el día 27-03-2015



Zalena C. Salazar Valencia


Partiendo de una inquietud y/o interrogante acerca del posible agotamiento de los temas y/o fuentes sobre el devenir histórico margariteño, me voy a permitir exponer muy brevemente mi perspectiva acerca de la historiografía regional y sus potencialidades.

La historiografía tradicional margariteña, sobre todo la referida al periodo colonial, se caracteriza por su escasa elaboración analítica y su acentuada ausencia de fuentes primarias. Ello ha originado un desconocimiento y una tergiversación generalizados sobre la evolución histórica de la región en todos sus aspectos. Hay asimismo una fuerte tendencia a escarbar sobre los mismos temas, sin utilizar las herramientas propias de la investigación lo que no permitiría obtener visiones distintas. Ello facilita formarse la idea de que los tópicos y fuentes se han agotado. No obstante, y a pesar de la precariedad de repositorios, hay fuentes a nuestro alcance que nos permiten, con la formación y por ende con las herramientas metodológicas adecuadas, adentrarnos en nuestro pasado y dar a conocer aspectos sobre todo de más  reciente  data,  en algunos casos conocidos por muchos y expuesto por muy pocos.

La historiografía sobre los periodos colonial y republicano

Como ya hemos señalado la historiografía tradicional margariteña, se define por su escasa elaboración analítica y su acentuada ausencia de fuentes primarias. Está esencialmente compuesta por obras sobre temas comunes, derivados del uso y abuso de los trabajos de ciertos autores y que por ende se traduce en una repetición de hechos y datos sin comprobación. Esto en parte se explica por el rol preponderante que han tenido los cronistas, que sin desdeñar el mismo, a algunos les falta formación en el área de la investigación histórica, carecen de una visión integral, de proceso, que permita trascender lo fáctico. Por otro a una idea peligrosamente difundida, acerca de que escribir “historia” es fácil, basta con gustarle la historia, haber leído unos libros o simplemente saber escribir: la Historia está de moda. Una cosa es hacer Historia y otra muy distinta contar historias. Producir conocimiento histórico es explicar problemas y no solo describir hechos o periodos.  Hay asimismo una propensión a escarbar y reescribir sobre las mismas cuestiones, sin utilizar las herramientas propias de la investigación lo que no permite obtener visiones distintas, más científicas e integrales. Ello es especialmente acentuado en el área económica y cultural.
Luego de la lectura de una buena parte de la historiografía margariteña, podemos señalar que la misma tiene como puntos focales, entre otros a:

La llegada de Colón y la procedencia del nombre dado a la isla.
Marcelo Villalobos y su capitulación.
La diatriba sobre ¿cuál fue el primer pueblo fundado y dónde estaba ubicado?
El Tirano Aguirre.
La Asunción como ciudad.
La cacica Isabel y Francisco Fajardo.
Las perlas de Cubagua.
El 4 de mayo de 1810 y la proeza de Maneiro.
El presidio de Luisa Cáceres de Arismendi
La gesta independentista: Matasiete, los Mártires, etc.…
Las andanzas de Bolívar en la isla.

Y si examinamos la bibliografía comúnmente utilizada  para tocar estos y otros puntos tenemos que es habitual observar las obras de Jesús Manuel Subero, José Joaquín Salazar Franco, Rosauro Rosa Acosta, etc., como fuentes únicas.  Y lo que es más grave aún, son simplemente citados cuando no copiados, sin hacer un análisis crítico, un aporte, un avance de lo ya expuesto por éstos. Indudablemente, son publicaciones que en su momento y por largo tiempo fueron novedosas y valiosas pero que es necesario trascender con la aplicación de métodos y técnicas de varias disciplinas, sobre todo la histórica y a la luz de nuevas fuentes de información y las facilidades que nos brinda la tecnología.

Específicamente cuando se trata de reconstruir la historia colonial, la situación es crítica. Son dejados de lado, por ejemplo, el estudio sobre la provincia de Margarita de Guillermo Morón que es a nuestro juicio la más completa sobre el periodo colonial margariteño, y La Formación del oriente venezolano de Pablo Ojer, de indiscutible y obligada consulta. Ambas cuentan unos cuantos años desde su primera edición y no han sido superadas, ni siquiera igualadas. (A pesar de un fuerte movimiento que propugna el desarrollo de la historia regional y local.). En cuanto a fuentes primarias, afortunadamente hay un manejo de las obras de Enrique Otte, esenciales como recopilación documental y con un excelente análisis introductorio. Por otra se recurre a Juan de Castellanos olvidando a Juan López de Velasco, fray Simón de Aguado, Vásquez de Espinoza, Herrera, entre otros. Y en algunos casos se les usa sin aplicar mínimo la crítica externa, es decir,  por lo menos contrastarlos con otras fuentes, lo que permitiría a su vez contextualizarlos. Sabemos por experiencia propia lo difícil que resulta trabajar este periodo dada la ausencia prácticamente total de archivos documentales en la isla como resultado, entre otras razones, de las constantes incursiones piráticas. A esto se suma el difícil acceso a los pocos existentes y al precario estado de conservación en que se encuentran. En cuanto a  las bibliotecas públicas del estado, su repositorio bibliográfico es pobre, con las excepciones de la de Subero en Pampatar, cuyo estado físico era realmente deplorable y la Manuel Montaner de Juangriego, que cuenta con una pequeña, pero útil sala de historia regional. Fuera del estado, la situación no es muy diferente. En el Archivo General de la Nación, la documentación sobre Margarita es escasa, por ser una provincia “independiente” de la de Caracas o Venezuela. En la Academia Nacional de la Historia hay supuestamente una sección llamada Cumaná que es una transcripción de varios documentos del Archivo General de Indias y del Archivo Histórico Nacional de España. Dada esta situación se hace aun más imprescindible la consulta de los fondos documentales del Archivo General de Indias en Sevilla si se quiere llevar a cabo un análisis serio y de calidad entre los siglos XVI y XVIII. Lo oneroso de un viaje al Archivo General de Indias y la falta de iniciativa de las instituciones regionales dedicadas a la investigación histórica para financiar el traslado de materiales referidos a la zona, son obstáculos grandes pero no insalvables. Los avances tecnológicos se han convertido en nuestro mejor aliado pues podemos acceder vía Web a los archivos españoles con la posibilidad de incluso tener en nuestras casas los documentos que hayan sido escaneados. La Web además nos brinda un abanico de materiales académicos de gran calidad e incluso la reproducción total o parcial de obras de imprescindible consulta cuando se trata de escudriñar en la vida de las llamadas Indias. Por ejemplo, tenemos a un grupo de investigadores españoles americanistas que han hecho de la isla de Margarita su línea de investigación, tales son los casos de María Luisa Martínez de Salinas y Eloísa Hidalgo Pérez ambas con análisis y acopio de fuentes de gran utilidad.

Ya en el periodo republicano, el panorama no es más alentador. Si bien la producción luce más abundante y variada, la misma pareciera obedecer a una noción preconcebida de que la existencia histórica de la isla de Margarita y de la región o bien se inició con la gesta independentista o que de allí hacia el presente no ha ocurrido nada más relevante. Acá nos encontramos con una sobrevaloración y explicaciones simplistas, sobre el papel de Maneiro, Arismendi, Mariño, por supuesto Bolívar y otros y en contraposición una infravaloración de procesos tan importantes como la Corte de Almirantazgo y su impacto, la significación estratégica de la isla en la guerra, la participación multicausal de los diversos actores en los sucesos que dieron origen al 4 de mayo y a la gesta en sí y muchos otros que escapan de mi memoria. Quedan por fuera, por supuesto con sus excepciones, una variedad de nudos y temas tales como: la propiedad territorial, el proceso de aculturación de los guaiquerí y de los otros grupos étnicos, la diáspora en las primeras décadas del siglo XX, la participación política durante la llamada resistencia, la importancia de los marinos petroleros en la formación de los sindicatos y del movimiento obrero venezolano, el empresariado margariteño y su contribución al desarrollo regional y nacional,  etc.

Aparte de los autores ya mencionados, para el siglo XVIII en adelante, aparecen en la escena historiográfica Francisco Javier Yanes, Mariano de Briceño y Andrés de Level principalmente. Nuevamente presenciamos el uso y abuso de obras que aunque son consideradas fuentes primarias por ser testigos sus autores de los hechos que narran,  no son sometidas a valoración. No obstante, apreciamos una abundante producción elaborada por cronistas municipales, poetas, vecinos, etc., costeada su edición por medios propios, por las alcaldías respectivas o la gobernación, que tienen como objetivo principal, nada desdeñable, el dar a conocer diversos aspectos tangibles o no de las localidades en que nacieron y/o vivieron o de sus experiencias de vida. Tienen el mérito indudable de tocar aspectos diferentes y novedosos y de representar un esfuerzo en el avance de la reconstrucción histórica regional. Me permito mencionar a Heraclio Narváez, Ángel Félix Gómez, la Asociación de Cronistas del Estado, las revistas Margariteñerías e Insularidades, entre otros. Mas insisto, constituyen en su mayoría,  un universo disperso de información que, reitero, sirve de orientación, de base, pero que es de obligatorio sometimiento a procesos de análisis crítico.

Por otro lado hallamos excelentes trabajos sobre aspectos muy específicos que si bien no constituyen conocimiento histórico en sentido estricto, son indudablemente punto de referencia obligado para su producción. Además es imposible obviar que la multidisciplinariedad se impone al momento de reconstruir una sociedad. Me refiero por ejemplo a los trabajos de Cecilia Ayala, Adolfo Salazar Quijada, Luis Mata García, por nombrar unos pocos. No hay que olvidar los textos, en su mayoría producto de las labores cotidianas de investigadores adscritos a universidades regionales, ni otros, resultado de los posgrados. Lamentablemente estos valiosos materiales, no tienen la difusión “masiva” que debería. En algunos casos porque sus alma mater no cuentan con recursos y/o porque no son considerados el tipo de “historia” que interesa a la mayoría, ya sea por su alto nivel o por no ser complaciente con equis tendencia política. Penosamente instituciones como FONDENE ya no están y otras como el IACENE, parecen haber mermado su extraordinaria labor por estar sujeta a intereses políticos.

El panorama en cuanto al acceso de fuentes, el ejercicio de la investigación histórica y la calidad de su producción, es apenas un poco más alentador que para la época colonial. Quizás podría alegarse y con razón que en el estado Nueva Esparta  no hay un repositorio formal que merezca considerarse un archivo histórico más allá de anuncios oficiales. Pero también es cierto que los archivos consolidados a nivel nacional no se van a trasladar hasta nuestro sitio de trabajo o de habitación. El  investigador e historiador debe tener claro que buena parte de su labor es ir detrás de ellos. Debe dirigirse, entre muchos que escapan de mi memoria, al Archivo General de la Nación, Archivo Histórico de Miraflores, Archivo de la Academia Nacional de la Historia, Archivo Histórico de la Asamblea Nacional, archivos de ministerios, etc. Además está la posibilidad de acceder a un universo de información vía Web tales como compilaciones documentales editadas e incluso los índices de los propios archivos como los del AGN. Por supuesto, la misma observación hecha sobre el tratamiento de las fuentes, es válida para este periodo, solo que con el añadido de una advertencia. El mismo debe ser más riguroso aun pues al haber más abundancia y más medios de difusión, la información por lo general es más tendenciosa de lo habitual.




Los temas y las fuentes no se agotan: la falta de formación atenta contra la investigación histórica regional

Un punto siempre delicado de tratar pero de indispensable discusión si se quiere desarrollar y consolidar la investigación histórica regional y la consiguiente producción de conocimiento científico, es el referido a la formación profesional.  Antes que nada, quisiera nuevamente destacar el papel primordial de los que podríamos denominar los historiadores pioneros. Me refiero por supuesto, a Jesús Manuel Subero, Rosauro Rosa Acosta, Cheguaco,  Boulton, Vásquez, etc., y otros tantos que escribieron sobre y desde la región. La mayoría de ellos tuvieron una formación de acuerdo a la oferta educativa de la época en que les tocó vivir  y otros fueron autodidactas. Eran maestros, críticos de arte, periodistas, etc. Y con esas herramientas pudieron generar conocimientos o por lo menos dar a conocer hechos de nuestra historia. Pero mucha agua ha corrido bajo el puente y seguimos prácticamente usando exclusivamente sus escritos. Desde hace tiempo se hizo imperioso y necesario trascenderlos con la aplicación de métodos y técnicas propias de la historia y de varias disciplinas auxiliares y a la luz de nuevas fuentes de información y las facilidades que nos brinda la tecnología. A esto se suma la tarea urgente e ineludible de instruir adecuadamente a las personas que pretenden o ya se dedican a hacer investigación en el campo de la historia y de demandar trabajos de calidad y rigurosidad científica. La exigencia de capacitación profesional en el área no es un exabrupto, ni un capricho. A partir de 1936, el Instituto Pedagógico Nacional formaba lo que podría considerarse los profesionales de la historia al graduar docentes en Geografía e Historia. De allí egresaron historiadores tan prestigiosos como Federico Brito Figueroa y Guillermo Morón. Y en 1958-59  se instauró en el país la carrera de Historia en la Universidad Central de Venezuela  y en 1965 en la Universidad de Los Andes. Ambas instituciones ofrecen además opciones de formación continua para historiadores e investigadores. Nuevamente podría argumentarse que en nuestra isla no existen centros educativos de tal envergadura, que ofrezcan estudios de pregrado específicamente en el área. He aquí el rol tan importante y delicado que tienen las universidades que ofertan estudios de posgrado en Historia pues su incidencia y responsabilidad en la calidad de la investigación regional es directa. Es imprescindible la implementación de cursos de nivelación para aquellos que manifiesten interés en capacitarse como investigadores previo a su aceptación en los posgrados, ya que las herramientas fundamentales para el ejercicio profesional se adquieren en los pregrados. Y por supuesto, fortalecer la obligada conexión que debe existir entre los posgrados y los centros de investigación universitarios. Quiero asimismo resaltar que es igualmente obligación del historiador graduado como tal ahondar en su proceso educativo y recordar que el conocimiento histórico producido por él no es la última palabra por lo que debería fomentar el interés por superarlo.
Volvamos al tema central que nos ocupa hoy, las fuentes. Como es sabido estas constituyen la materia prima del historiador. Pero como toda materia prima es necesario saber descifrarlas para lograr un producto acabado que en este caso no es más ni menos que el conocimiento histórico. Justamente “el saber trabajar” o sea la metodología y las técnicas, es lo que hace la diferencia al momento de abordar ciertos temas y su posterior transformación en históricos. Es por ello que, entre otras razones, la simple enumeración de fechas y/o descripción de hechos no constituyen conocimiento histórico como tal. Es imprescindible que el que pretenda acercarse a los datos contenidos en las fuentes tenga un mínimo de nociones científicas tales como la heurística y la hermenéutica sumadas a las propias de la organización de una investigación. Ello independientemente si su ámbito de análisis es nacional, regional o local. Allí radica la esencia de la historia como ciencia social. Y no basta, utilizar fuentes primarias documentales y proceder a mostrarlas. Estas no escapan de la necesidad de someterlas a valoración pues no todo lo escrito es verdadero. Dependiendo del tipo de documento, siempre obedecen a la intención de quien lo escribe. No obstante, acudir al original significará una interpretación más objetiva que trabajar en base a descripciones hechas por otros.

Dado que las fuentes son las que permanecen inalterables esperando que el investigador con sus herramientas adecuadas "las ponga a hablar”, es posible inferir que de acuerdo a la preparación, a las intenciones, a las hipótesis, etc. del que se aproxime a ellas, en la misma medida podemos esperar productos distintos. Tomemos como ejemplo el 4 de mayo de 1810, día de la declaración de la independencia con la instalación de una Junta Suprema en la isla de Margarita. Tradicionalmente es visto simplemente como la réplica de los sucesos del 19 de abril en Caracas en vista de la presencia azarosa de Manuel Plácido Maneiro en la ciudad y al heroísmo de Arismendi en la isla.  Partiendo de la premisa que la explicación histórica no es plana ni única, sino que existen multiplicidad de factores que descifran un acontecimiento; tomemos como elementos de análisis, la situación económica de la isla, los procesos políticos y económicos que se desarrollaban en las islas caribeñas y su repercusión en la de Margarita y por último la posible relación previa entre los integrantes de la Junta Suprema tales como: José Manuel Marcano, Andrés Narváez y Cristóbal Anés. Podremos ver a un sector descontento sobre todo por las políticas comerciales coloniales, a unas islas caribeñas hervideros de movimientos sociales y de conflictos con sus imperios y que constituían prácticamente el principal mercado de y para productos en Margarita y unos militares criollos descontentos ante la poca posibilidad de ascensos a cargos de mando ocupados por españoles. Y a Maneiro como el factor aglutinante de esos elementos: comerciante, con relaciones en Caracas, en las islas caribeñas y militar. En cuando al rol de Juan Bautista Arismendi se le califica de heroico por haber movilizado la isla en sólo 14 días,  lograr la destitución del Gobernador Puelles y el establecimiento de la junta. Cabría preguntarse, ¿Cuántos días le llevó Maneiro ir de Caracas a Margarita? ¿Cómo pudo ser posible que Arismendi comprometiera a tanta gente en tan poco tiempo? ¿No sería que ya estaban comprometidos de antemano? ¡No parece ser casualidad!

Otro asunto de carácter urgente por atender es el atinente a los repositorios documentales en la isla de Margarita. Primeramente el levantamiento de un registro serio y constantemente actualizado de sus fondos y estado de conservación permitiría cumplir con un doble propósito: informar a los investigadores de su existencia y ejercer presión a los entes competentes para su adecuado manejo y preservación. En  la región encontramos repositorios tales como, el Archivo del Registro Principal del estado Nueva Esparta, los archivos municipales, los de las Capitanías de Puerto y de la Arquidiócesis,  que constituyen una mina de información primaria y que significan y se traducen en un amplio abanico de posibilidades de generar conocimiento histórico.

Temas pocos trabajados y fuentes subestimadas

A continuación me permito compartir con ustedes una  experiencia de investigación en los archivos municipales como un ejemplo de fuentes, temas, tiempos y espacios por investigar. Con el fin de ubicar e identificar a mis ancestros, me dirigí con los pocos datos que poseía a los archivos del Concejo Municipal de Marcano. Allí consulté el registro civil en sus tres componentes: nacimientos, defunciones y matrimonios entre 1883 y 1950 aproximadamente. Primeramente debo aclarar que decir archivo es una desviación propia del que ha ejercido su profesión en las peores condiciones imaginables. Simplemente es un cuarto lleno de libros arrumados sin orden alguno, la mayoría de ellos en estado deplorable (quemados y mojados) y por supuesto sin las mínimas condiciones para investigar. Pero que afortunadamente cuenta con un personal que de buenas a primeras le costó entender lo que quería hacer y posteriormente brindó el mayor de los apoyos posible. Si bien, como ya expresé,  mi interés era hacer mi árbol genealógico, a medida que me adentraba en los libros fui formándome una idea, no solo de mi familia sino de la vida en Juangriego y comunidades vecinas. Con el fin de no abrumarlos haré un rápido recuento de lo que pude obtener de ellos. Estas informaciones son tomadas de los testimonios ofrecidos al momento de presentar un hijo, contraer matrimonio civil o notificar un deceso.

De la presentación de hijos y la realización del matrimonio civil podemos inferir el comportamiento social de la población. Vemos una marcada resistencia al matrimonio civil e incluso al eclesiástico. Por lo general el hombre que presentaba al niño era su progenitor pero raramente lo reconocía como tal. Era posible constatar la paternidad en la legitimación posterior al matrimonio y/o en el reconocimiento como hijo natural en caso de no casarse con la madre. Por lo tanto había un gran porcentaje de hijos ilegítimos o naturales, identificados además con las iniciales: h. l y h. n.

Logramos determinar datos demográficos tales como: el éxodo de mano de obra, la formación de concentraciones de margariteños en otras regiones que luego darán lugar a pueblos, el regreso al sitio de origen con familias formadas o la existencia de dobles hogares. Así como las fechas en que se acentúa la salida en busca de mejores condiciones de vida, su coincidencia con periodos de escasez y epidemias y con la aparición de nuevas fuentes de trabajo.  Vemos dos hitos importantes en el proceso de migración de los juangriegüeros: 1914 y 1922 con la explotación petrolera en el Zulia, es decir Zumaque y El Barroso y posteriormente en Anzoátegui, Falcón y Monagas. Pero no solo a los campos petroleros se dirigieron, ya en 1910 aparece Coporito en Delta del Amacuro como destino comercial. En esas fechas y sobre todo a partir de 1930 aumentan aceleradamente los matrimonios por poderes. A través de ellos podemos establecer los focos de atracción y la constitución de nuevas poblaciones integradas mayoritariamente por margariteños: Lagunillas, Punta Cardón, Carirubana, Maracaibo, Pedernales, Santa Rita, Soledad (vecindario La Peña), El Tigre, Boca de Uracoa y San Salvador. La Guaira y Maiquetía son otros dos destinos preferidos a la hora de emigrar  desde 1935 aproximadamente.

Íntimamente relacionados emergen las causas de muerte: epidemias y enfermedades vinculadas a las condiciones sanitarias y económicas de la región. Las que causaron más estragos en menor tiempo fueron: en 1918 la gripe española, en 1924 la epidemia de viruela, en 1927-28 la epidemia de disentería, en 1931 un brote de poliomielitis y en 1934 el paludismo. Pero a lo largo del lapso revisado campeaba la tuberculosis, el tifus, meningitis, pulmonía, cólera y la tos ferina o coqueluche. Observamos la repitencia de enfermedades en las familias como arterosclerosis, hemorragia cerebral, miocarditis. Otras producto de la convivencia, significaba el fallecimiento de familias enteras: sarampión, pulmonía, infección intestinal además de las endémicas nombradas arriba. Advertimos un alto porcentaje de muerte de neonatos y de infantes menores de tres años por enfermedades vinculadas a escasez de agua, de alimentos y de asistencia médica: moserzuelo, poca viabilidad (prematuros), infección umbilical, debilidad congénita y diarrea,  En cuanto a mortalidad en adultos apreciamos que las mujeres morían mayores de 60 años y los hombres más jóvenes, a excepción de los dedicados a labores tales como agricultor que alcanzaban hasta los 90 años de vida.  Seguramente el fallecimiento relativamente temprano de la población masculina se explica por la dureza de las faenas en el mar, principal ocupación de los hombres y por ende por la mayor posibilidad de contraer enfermedades y de sufrir accidentes. En los adultos mayores unas de las causas más frecuentes eran: efectos de la vejez, consumición y debilidad senil, que creemos son la misma cosa. Además de las enfermedades ya apuntadas hay otras vinculadas al sexo y a la ocupación, por ejemplo, el parto laborioso obviamente en mujeres y ahogamientos y cáncer de “cara” en los marinos. Nos encontramos asimismo con ciertas nomenclaturas indescifrables y que en algunos casos parecen propias de la jocosidad del margariteño: “muerte obscura y mal definida”, “secamiento”, “atacado del cerebro”, “absceso caliente” y “grangenado de una pierna por un golpe que le dio un burro”.

La riqueza de estos archivos no queda allí. De ellos también podemos obtener información tan valiosa como las principales actividades económicas ejercidas por hombres y mujeres. E hilando más fino y apelando al auxilio de otras disciplinas como la demografía y la estadística podríamos calcular porcentajes de población activa, de oficio más ejercido, tasa de natalidad, mortandad, morbilidad, embarazos precoces, número de familias constituidas,  etc., etc. Sin mayores pretensiones podemos afirmar que las labores en el mar punteaban en los oficios masculinos: marino, navegante, pescador, patrón de faena, calafate, carpintero de ribera y que la edad de inicio en dichas labores promedia los trece años. Alarife, platero, fogatero, pilatero, pirotécnico, comerciante, labrador, agricultor, sastre, zapatero, talabartero, zurrador, mecánico, músico, albañil, cabolucero, empírico, barbero y jornalero, nos dicen mucho de un pueblo que se va diversificando en sus actividades y creciendo en población. En cuanto a las ocupaciones femeninas, encontramos que la mayoría se dedicaba a las “labores propias de su sexo”. Por experiencia familiar sé que ello engloba costureras, cocineras, lavanderas y planchadoras. Las únicas faenas diferenciadas hasta las primeras décadas del siglo veinte eran las de parteras y criadoras. Curiosamente a partir de 1917 un alto porcentaje de las madres eran identificadas como obreras y más adelante surgen las alpargateras y molenderas con lo que el trabajo femenino se comienza a reconocer.

Si pretendemos reconstruir la evolución urbana de Juangriego, los archivos municipales  nos pueden ayudar. Hurgando en las direcciones dadas, vemos como a las primeras calles del núcleo central llamado Poblado en 1837: es decir, la Paloma, actual Arismendi, lugar donde vivía mi familia, la Bolívar, la Guevara, se le van uniendo otras y formándose sectores. Ya en 1920 tenemos: Popular, Libertad, Barrio Salazar, del Sol, Las Piedras, Alfonzo, Manzanares, Valparaíso, Calle nueva, del Fuerte, Alegría, Barrio Guayamurí, Tranquila, Esperanza, San Juan, Marina, Colón, Buena Vista, El Olivo y El Siete. Juangriego había iniciado su expansión hacía las salinas que lo circundaban y sumando a su casco central, sitios y caseríos como Guaimaro, Güirigüire y Sabaneta, existentes por lo menos desde 1880.

Obviamente el crecimiento de la población traía apareado necesidades que cubrir como instituciones educativas, centros de salud, esparcimiento, entre otras. A finales del siglo XIX encontramos el Colegio Cajigal, el Colegio Marcano y la Escuela Federal, a los que los habitantes no parecían acudir profusamente, a juzgar por el alto porcentaje de los que manifestaban no saber leer ni escribir hasta bien entrada la década de 1940.  Los cines Juangriego en la calle Marcano o Los Muertos primero y luego en la calle Bolívar. Los teatros Margarita en la calle El Sol, Atenas en la calle Arismendi y la clínica del Dr. Agustín Hernández en la calle la Quinta son muestra de ello.
Si buscamos información sobre la presencia de otros grupos étnicos, encontraríamos  “árabes” o “turcos” como por ejemplo Julián Divo y Agustina Nemunen.  Presentaron a su hija nacida en Juangriego en 1896 y ambos eran de Trípoli en Siria. O a la famosa culisa Victoria y su hija Ramona Piñerúa, cuyos descendientes aún permanecen en Juangriego.

Percibiríamos que a pesar del éxodo los juangriegüeros mantienen el apego por su terruño. Bastaría hacer un simple recuento de los apellidos a través del tiempo: Valerio, Vicent, Leandro, Botino, Castelín, Ronden, Wettel, Flex, Morante, Vizcaíno, Hernández, Lárez, Real, Dubén,  Dellán, Chollet, Torrens, Delpino, Borra y Arcay entre otros. Nos enteraríamos de quiénes eran las encargadas de traer al mundo a los niños: Marta Vicent, Eleuteria Calzadilla, Benigna Rodríguez, Rosa Ignacia Moreno, Eleuteria Vizcaíno, María Marín, Jacinta Brito, Úrsula Rodríguez, Mercedes Narváez, María Natividad Marcano y Angelita de Arcay. E incluso, a pesar de lo frívolo que pueda parecer, sabríamos los nombres que estaban de moda, Trifón, Vito Modesto, Vita Modesta, María Concepción y Felipe Santiago marcaban la pauta por allá en 1890.



Para concluir quiero nuevamente hacer énfasis en que el conocimiento histórico trasciende la simple descripción de hitos cronológicamente ordenados. Es necesario ir más allá y conectar, contextualizar y proyectar  esos hitos en tiempo y espacio, en otras palabras analizarlos como procesos y no como hechos aislados sin causas ni consecuencias. Eso es fundamentalmente lo que distingue el conocimiento histórico de la simple narración y/o crónica. Ya con estas herramientas metodológicas y técnicas se nos abriría un amplio espectro de posibilidades de investigación, de fuentes, de temas, de generar Historia científicamente elaborada.

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